domingo, 25 de mayo de 2008

Crisis diocesanas históricas

Efectivamente, las crisis entre los poderes eclesiásticos y civiles tienen ejemplos que la historia ha consagrado, de manera excelsa en ocasiones, convirtiendo una lucha de poder en episodios históricos de gran calado social.



Yo me quedo con 3 de estas crisis, curiosamente, es algo que siempre me ha llamado la atención, todas ocurrieron en Inglaterra.


Comenzamos con un orden cronológico.




En 1163 quedó consagrado como arzobispo de Inglaterra Thomás Becket, un noble de origen burgués que había estado muy ligado al rey Enrique II, tanto que fue una sorpresa que fuera escogido, después de ser canciller, como nuevo arzobispo.

Y he aquí que Becket, lejos de seguir aplicando las normativas y leyes que él mismo había defendido como canciller y que mermaban el poder de la iglesia (leyes que pretendían influir desde el poder civil en el cobro de impuestos, nombramiento de prelados y sometimiento a la ley civil), quiso enfrentarse a las mismas y recuperar la independencia y libertad de su clero.

El enfrentamiento entre el rey y Becket fue inevitable, tanto que el arzobispo debió primero huir, apelar a Roma y volver a Inglaterra, reclamando las propiedades que Enrique había invadido. Finalmente y tras su tozudez a la hora de no aceptar la inmiscusión de la corona en los asuntos eclesiales, en 1170, unos nobles próximos al monarca libraron a este del "cura turbulento" con unos mandobles en el cráneo en pleno atrio de la catedral de Canterbury.

Becket fue canonizado, y sus restos llegaron a ser venerados hasta por el propio rey.




Siglos más tarde, en el XVI, volvió a darse una confrontación peliaguda entre la monarquía inglesa, la iglesia católica y, de manera particular, con un abogado, Tomás Moro, también canciller de Inglaterra.



Enrique VIII quería un heredero que su cuñada Catalina (hija de los reyes católicos), a quien había desposado tras enviudar, no le daba. Claro que más que el heredero estaba claro que el rey quería una unión más seria con Ana Bolena, para que no quedara esta en mera concubina.


Para resolver su pretendida nulidad matrimonial encargó a Wolsey, canciller y primado de Inglaterra, que diseñara el modo de actuar para convencer a Roma y ganara adeptos en el clero inglés. Pero Wolsey dejaría el cargo sin llegar a conseguirlo.


Roma, que lo había nombrado en 1521 Defensor de la Fe tras la publicación de una obrita teológica que combatía el luteranismo, que no veía posibilidad de anular el matrimonio legítimo (aún barajando diversas probabilidades, como la de mandar a Catalina a un convento), Enrique VIII pensó que lo mejor era fabricar su propia iglesia y convertirse él mismo en su cabeza rectora. Ante tales reales pretensiones el nuevo canciller, Tomás Moro, dejó el cargo, su conciencia no le permitía tal concesión.

Enrique convenció a prelados y obispos, convenció a buena parte de su pueblo, se casó con Ana Bolena, la hizo reina... pero no convenció a Moro, tampoco al arzobispo Juan Fisher ni a media docena de cartujos que no habían acatado la orden de disolverse.
Enrique VIII presionó cuanto pudo al excanciller, hombre honesto y muy recto, tanhonesto y tan recto que, a pesar de no hacer el juramento de fidelidad al rey en sus pretensiones, fue encarcelado en la torre de Londres junto a los demás insurrectos.
Seguramente a través del perjurio de un tal Richard Rich, Moro fue acusado de alta traición y fue condenado a muerte. Su cabeza pendió en el puente de Londres hasta que su hija la recuperó tras sobernar a unos guardias.

Y Moro tuvo suerte, los cartujos fueron sometidos a torturas espeluznantes antes de ser ejecutados.




Y llegamos a la última confrontación de monarcas, iglesias, laicos, seglares, fieles, religión etc.




En 1625 había llegado al trono Carlos I Estuardo, un rey con ascendencia escocesa y una pequeña tartamudez. Este rey trató de casarse con una heredera española, una hija de Felipe IV, de hecho llegó en viaje secreto a España con su fiel Buckingham, pero la perspectiva de convertirse al catolicismo, impidió la boda que tampoco era vista con mucha confianza por el monarca español.


Carlos se casaría finalmente con otra católica, Enriqueta María de Francia, con la que mantuvo una relación muy afectuosa, especialmente tras la muerte de Buckingham. Tal sería esta relación que hasta cambiaron algunas de las normas litúrgicas de la iglesia anglicana, ofendiendo de una manera particular a los puritanos, la mayoría de ellos acaudalados burgueses.


Carlos quería ser un rey que gobernara de manera absoluta, sin los enojosos impedimentos del parlamento inglés, a quien se enfrentó frecuentemente, hasta el punto de disolverlo y provocar una guerra civil.


Los puritanos no podían tolerar ingerencias en sus negocios y mucho menos cambios en la estructura religiosa y moral en la que creían, recordemos que el monarca inglés era cabeza de la iglesia anglicana.



Tras dos guerras civiles ganarían los afectos a Cromwell y el rey, bajo acusación de alta traición, sería decapitado. El protectorado de Cromwell supuso cambios decisivos en el orden económico de Inglaterra y también en su moral, con leyes tremendamente represivas y puritanas.


A la muerte de Cromwell se restablecería la monarquía, con el primogénito de Carlos, Jacobo, muy mal avenido también con el parlamento, que no toleraba su conversión al catolicismo. La Revolución Gloriosa pondría al yerno de Jacobo en el trono. El parlamento se aseguró con esto uno de sus grandes propósitos: que jamás un católico pudiera llevar la corona inglesa, de esa manera se aseguraba el sistema parlamentario y se abolían las monarquías absolutas (¿?).





Así que, como vemos, esto de la religión, las prerrogativas, las unciones, los sacerdocios y el poder económico y civil han tenido, y seguirán teniendo, momentos de crisis, de rupturas en ocasiones dramáticas, Becket y Enrique fueron amigos, Moro y Enrique se respetaron profundamente pero...


Parece que a algunos no les vasta con el poder económico y la influencia en lo social, quieren algo más, una especie de vida en rendención continua y otros, acostumbrados a la firme creencia de que han sido ungidos por el rector del Universo, no dan su brazo a torcer a la hora de ceder un milímetro en sus privilegios. O al menos, yo lo veo así. Y si nos fijamos en los dos primeros casos observaremos que Roma, pese a dar su apoyo en principio a los prelados, tiende, a la larga, a buscar la conciliación con el poder efectivo, olvidando teologías, morales y leyes.


2 comentarios:

fritus dijo...

Apreciado Cósimo...hoy es el primer día que paseo por esta su casa y si me lo permite pues como que voy a venir más. Muchas felicidades por este blog tan requeteapañao que tiene Ud. y me ha hecho venir a la cabeza una peli de Peter O'Toole y Richard Burton (creo) sobre el rey Enrique y Beckett que me encantó en su día y que cualquier día de éstos me bajo del emule.

Un abrazo y a seguir bien.

Cósimo dijo...

Hola, muchas gracias Fritus, bienvenido, yo me he pasado por su blog, he visto a sus dos soles, Tanit es preciosa, y creo que voy a usar también de su espacio de comentarios.
Su post sobre Espartaco me ha recordado una cosita que tengo por ahí, una descripción de Peter Ustinov de su trabajo con Olivier, si la encuentro la pondre en el blog para usted, pero claro, está todo en inglés, pero se entiende...
Becket me impresionó cuando la ví por primera vez, y aún hoy día me impresiona.