sábado, 15 de diciembre de 2007

La Familia


Como miembro de una familia de la nobleza, mis palabras a la institución familiar no podrían ser más que loas y parabienes a ese pilar fundamental de la sociedad. Pero como barón sin título, como errante barón, no puedo hacer, en la práctica, más que comprender a aquellos cuyos lamentos vitales, cuyas frustraciones más íntimas, son producto de su vida familiar.

Hay dos clases de miembros de una familia, los que se divierten en una reunión familiar, y los que abominan de ella. Una reunión familiar es tranquila mientras los miembros de las jóvenes generaciones no han comenzado sus vidas familiares paralelas, tras las bodas y el surgimiento de nuevas familias.

Una amiga íntima me escribía un día: “Es curioso, pero nunca pensé que me fuera a distanciar tanto de mi hermano, hasta el punto de no desear verlo, de poder pasar sin saber nada de él por meses.” Mi amiga era la hija menos agraciada en todos los aspectos de la vida, su hermano, con familia y gran puesto de trabajo, era el centro de atención del núcleo familiar. Hay cosas que se perciben a lo largo de la vida, normalmente las perciben mejor las mujeres, como, por ejemplo, que a una misma reflexión los padres acepten las de él, y nunca las de ella. Confieso que mi amiga es tremendamente perceptiva, una virtud que nunca le he envidado...



Quizá por eso yo decidí un día emigrar, volar del nido, y del árbol del nido, y del bosque donde estaba el árbol, y hasta del pueblo donde estaba el bosque... Yo no quise nunca percibir lo evidente...

1 comentario:

M dijo...

Señor Barón,

Cuando abandone usted su refugio en la encina y regrese al salón, descubrirá que inevitablemente, la institución familiar suma en partes iguales pesado y pesadillas.

Yo procuro evadirme, dejando puesta la sonrisa de salón de te.

Y ser sorda.
Y autista.
Y no decir palabros gordos.

B x C